Luego del asesinato de Atahualpa
en Cajamarca, representantes de varias naciones andinas se reunieron con los
conquistadores españoles para ofrecerles su alianza. Así, curacas cañaris (de los territorios del sur del
actual Ecuador), chachapoyas (de la
sierra nororiental peruana) y de la confederación huanca (sierra central peruana) reafirmaron su independencia de los
incas, a quienes ya se habían enfrentado por su libertad en diferentes
revueltas en el pasado. Es más, estas naciones estaban especialmente
enfrentadas al bando de Atahualpa por las atrocidades, al parecer, que cometió contra sus poblaciones durante la
guerra civil, según las crónicas de la conquista del Perú.
A esta situación de
levantamiento general se sumaba la presencia de tres ejércitos incas del bando
de Atahualpa, repartidos en diferentes regiones del imperio. Estos estaban
dirigidos por los generales quiteños, Rumiñahui, Calcuchímac y Quisquis y no
eran populares entre las poblaciones andinas. La situación política de los
Andes en ese momento era conflictiva.
El objetivo de los
conquistadores era claro: llegar a Cusco para apoderarse de las riquezas que
ahí había según todas sus fuentes de información. Pero en Cusco estaban
Quisquis y sus fuerzas, y no podían llegar solos. Huancas, cañaris y
chachapoyas les dieron su apoyo, pero necesitaban legitimidad.
Fue por eso que los
españoles se vieron en la necesidad de mantener la institución imperial incaica
para «ordenar» la situación que habían creado y legitimar su presencia en los
Andes centrales (todos los cronistas hablan de la sensación de miedo de los
conquistadores en ese momento). Así, nombraron como Sapa Inca provisorio a un
hermano de Atahualpa, al joven Toparpa, pero este murió poco tiempo después,
durante la marcha que Pizarro, sus hombres y sus nuevos aliados andinos
(chachapoyas, huancas y cañaris, principalmente) emprendieron desde Cajamarca a
Cusco.
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